Jon Lee Anderson sobre América Latina, García Márquez y escribir para la New Yorker
Jon Lee Anderson es staff writer de la revista New Yorker y uno de los más prolíficos corresponsales extranjeros en toda América Latina. Ha escrito desde Caracas, Santiago, Buenos Aires, el Amazonas, el DF… y entrevistado a muchos presidentes, dictadores, criminales y empresarios. Tiene una visión panorámica de nuestro continente. Hablamos sobre los dictadores latinoamericanos, el Che Guevara, los tabloides británicos, Gabriel García Márquez, El adversario, viajar por el mundo, Sean Penn en Rolling Stone y trabajar en aviones.
Pueden escuchar la entrevista en Spotify, Apple o Stitcher, o leerla aquí abajo. Mejor escuchen la entrevista porque la transcripción viene de un software y puede tener errores.
RLC: Jon Lee Anderson, muchísimas gracias por estar aquí.
JLA: Un gusto, Ricardo ¿Qué tal?
RLC: ¿Cómo fue para ti la cuarentena del coronavirus estando acostumbrado a viajar por el mundo más semanas de las que estás en casa?
JLA: Pues mira, en verdad sólo estuve recluido como tres meses. Es decir, como tú, como todos, a partir de marzo del 20 en que llegaron los lockdowns, los encierros a todos los países, hasta julio, más o menos. Yo anduve en casa y fue la época más larga que yo recordaba estar en un solo sitio. Es decir, no solamente en los últimos diez años, literalmente no creo haber estado sin viajar durante tres o cuatro meses en mi vida, al menos en mi memoria. En ese período, el New Yorker, mi medio, un poco me preguntó “¿Cómo vamos a hacer contigo? Porque siempre estás subiendo a un avión ¿Por qué no escribes una memoria tuya? Tú que has vivido una vida bien agitada”. Entonces mi editor me pidió que le contara varios de mis episodios de juventud y escogimos uno. Me pude ocupar revisando diarios míos de esa época. Siempre mantuve diarios. Cuando yo era... Escribía un diario cuando yo era joven y resultó una pieza en el New Yorker, salió en agosto del 20. Pero también me estaba inquietando por no viajar. Finalmente, en julio probé un poco como sería yendo a visitar una hermana mía en Francia, que de Inglaterra no es tan lejos, pero era como probar las aguas. Y finalmente, en agosto, convencí a mis editores que yo podía ir a África, que como yo iba de safari e iba a estar en el monte, no iba a haber mayor lío con el COVID, y de hecho Kenia había levantado su cuarentena. Y así hice. Y pasé dos meses ahí, haciendo un perfil de una conservacionista africana keniana Paula Kahumbu, y bueno, les dije que iba a estar dos semanas, pero aproveché y me quedé dos meses, porque para mí es como la utopía estar en África, en el monte. O sea, me costó volver. Y claro, en el mundo, después… Digo, en la vida, después, ha sido un pues sí, una re-busqueda de cómo hacer. Ya para noviembre volví a salir a las Américas y logré hacer una gira. Mis viajes han sido más largos que lo normal, inclusive como viajes de reconocimiento. No sé si estoy respondiendo a una necesidad mía de esta emoción o qué o respondiendo a esta vida estática que representa la pandemia para muchos, para la mayoría de las personas. Pero yo sí... Mis viajes han sido más largos que lo normal. Por ejemplo, estoy en la recta final de un viaje que inicié el 19 de mayo saliendo de mi casa en Inglaterra y desde entonces he estado en Washington, en Nueva York, en México, en El Salvador, Guatemala, Honduras, luego a Washington, volví a Honduras, California, Washington, Nueva York. O sea, en parte es reporterear, ir viendo mis fuentes, parte es como visita familiar, ya sea, California o aquí en Nueva York. Pero ha sido, yo mismo me lo reconozco, más largo que lo normal. Yo supongo que necesito nutrirme del mundo, como es parte de mi patología necesito hacerlo. O sea, ha sido un período... En resumen, ha sido raro, pero a la misma vez ahora sí añoro estar en casa un tiempo. Pero las rutinas siento que me estancan un poco. La rutina de volver y escribir y concentrarme durante varias semanas para escribir algo sí lo puedo hacer, sí, me gusta mi familia, mis amigos, pero también necesito del mundo.
RLC: ¿Qué libros recuerdas de tu infancia?
JLA: Vaya. Mi madre, que era escritora de libros para niños, para jóvenes, me inculcó la lectura desde muy temprana edad y también me los leía. Es decir, era una tradición familiar leer en voz alta cada noche y bueno, ella me presentó a los clásicos. Claro, las primeras ediciones eran los ilustrados para los chicos, desde Shakespeare a las fábulas de Aesop, que me gustaron muchísimo, a los libros de Tintín, el famoso aventurero-reportero que se volvió mi favorito a partir de los once años. Fue ella quien me iba presentándome al mundo de la lectura. Y hasta cierto punto supongo que fui precoz. Me doy cuenta de que leí muchas biografías de joven. Había una edición, también para jóvenes, de biografías, una colección más bien de biografías de gente famosa, desde Marie Curie hasta presidentes norteamericanos, y me impactaron mucho estas biografías. Y me di cuenta de que yo establecí una relación con la historia y las vidas de la gente política y famosa a través de estas biografías. Y empecé a tener mis gustos también. Por ejemplo, me acuerdo que, si la gente, por más talentosa que era o por más que hayan logrado en la vida, si no habían tenido una vida aventurosa, como fuera de laboratorio, fuera de escritorio, me desilusionaba un poco. Los que habían vivido vidas grandes me impresionaron más. Y uno de los primeros que me impresionó y empecé a leer libros de él fue Richard Burton, el explorador inglés que llegó a hablar 34 idiomas, era un tipo medio como malucho, también. Me intrigó mucho Stanley, también, el otro explorador. Pero mi madre también escribía libros y eran… Escribió cinco, y sentimos como parte del proceso. Había escrito uno, antes de que yo naciera, sobre un chico en Trinidad, donde ellos habían vivido. Pero luego escribió 2 estando nosotros viviendo en Taiwán, donde pasé la mayoría de mi infancia, 5 años, y yo sentí, como todos, hasta cierto punto partícipe de ese proceso creativo, entonces esos libros también eran muy importantes para mí, sobre todo uno, The Pai-Pai Pig, se llamaba, El Cochinito de Pai-Pai, y bueno, éramos muy orgullosos de ella. Mira, los clásicos de Shakespeare, unas historias de un escritor ya de una época pasada norteamericana, Carl Sandburg, que era muy famoso en su época y ya era mayor estando yo chico y biógrafo de Lincoln. Y bueno, pero yo también era un nerd de los animales, yo era un nerd total de la vida silvestre. Entonces todavía conservo los libros. Me doy cuenta de que... Yo coleccionaba libros de identificación, manuales de identificación de animales. En mi colección tengo, por ejemplo, Roedores pequeños del suroeste de Asia y Murciélagos de África Occidental. Cosas así, bien nerd, ¿No? Así que yo me fascinaba con eso, con libros aplicados sobre la vida silvestre y animal, ficción ya más adulta, y libros políticos a partir de, más o menos... Tuve un despertar a partir de los 12 y 13 años y leí muchos libros, lo que ahora se llamarían subversivos, de la época, la autobiografía de Malcolm X e inclusive la biografía boliviana del Che Guevara.
RLC: Jon Lee ¿Sientes que tu español cambia cuando pasas tiempo en distintos países?
JLA: Sí, seguro. De hecho, cuando estoy mucho en Estados Unidos o algo se me oxida un poco. Pero me doy cuenta cuando vuelvo a hablar con un amigo hispano o latinoamericano que hago la transición mental, pero es como un segundo idioma mío, por más que lo aprendí en la calle, así que muy rápidamente me pongo al habla de todas maneras, a pesar de eso, como muchos han notado, lo mío no es de un solo país, es una pachamanca de muchos. Y así es. O sea, así lo aprendí. Y si estoy en un sitio se me pega, si estoy en México supongo que se me pega un poco, pero hay países que resisto, es decir, no que resisto a hablar como ellos, pero tiendo a no recoger modismos. De España, se me pega el gracias y joder, cosas así, pero no mucho. Estoy muy consciente de España y lo resisto un poco, pero cuando voy a Andalucía me siento en casa. En Chile se me pega bastante. Quizás porque son mal hablados y eso me viene fácil. Cuba es lo que más se me pega. Si estoy en Cuba empiezo a tragar los vocablos y recojo sus modismos, los que se sienten apropiados, pero se me vienen muy así.
RLC: ¿Qué parte de tu personalidad dirías que es más latinoamericana?
JLA: No sé. No estoy acostumbrado a autoanalizarme de esa forma. O sea, dividir mi personalidad en partes. No sé qué responder.
RLC: Quizá puede ser... Me refiero a quizá tu espíritu gregario, el hecho que tienes amigos repartidos por todo el mundo, no sé.
JLA: Sí, supongo que la parte social, porque soy sociable, es decir, soy sociable. Me gustan las sociedades orales, es decir, aunque yo vivo en Inglaterra, que quizás... Bueno, al menos tiene notoriedad de ser un lugar socialmente frío y hasta cierto punto lo es y clasista. Yo no vivo en Inglaterra por afán a los ingleses, sino por… No sé, hay cierto arraigo. Ha sido más casa que Estados Unidos en los países del norte, entre los países del norte, aunque no soy de ahí. Mi mujer lo es. Mis chicos nacieron ahí. Hay mucho que me gusta de su sociedad, su moderación, su civismo, ciertos valores así que son un poco más tenues y no tan visibles para quizás los que vienen de afuera, que casi siempre se chocan con lo que parece ser el clasicismo o la frialdad de los ingleses que existe. Pero hay muchos matices. Mientras que Estados Unidos, los norteamericanos son un poco más, mucho más abiertos, desenfadados y supuestamente no hay un clasicismo, aunque por supuesto que lo hay también, y son aparentemente más calurosos. En términos grandes es así pero… O sea, yo oscilo, hablando de los países del norte, que son más quizás de mi pertenencia genética, Estados Unidos, Inglaterra, necesito un poco de Estados Unidos de vez en cuando, pero quizás, quizás vendría aquí poco si no fuera porque tengo hermanos, porque siempre he sentido cierto desarraigo aquí, como nunca me crié aquí y no me gustan muchos aspectos de la sociedad y cómo se ha conformado la sociedad, que ha hecho con su tierra, con su historia, con su sus posibilidades. Tengo más reacción emotiva con Estados Unidos que la que tengo en Inglaterra, que no es lo mío y ya está hecho, hasta cierto punto.. Mis gustos son menores en Inglaterra que aquí. Y América Latina me representa un poco... No sé, siento un arraigo. Quizás proviene desde el año que pasé en Colombia, a los cuatro años en donde formé mi primera comprensión, quizás lingüística también, aunque luego fuimos a Asia. Yo tuve una necesidad durante la década posterior en que no obtuve ninguna conexión con América Latina ni hispanoparlante de recuperar ese idioma que sentí que me había enquistado pero no pude desenvolver. Y así hice. Ya lo hice así, casi de una forma patológica, una necesidad de comunicarme en ese idioma y lo empecé a hacer a partir de los 15 años sin que nosotros volviéramos, como te digo, volver a estar entre hispanoparlantes. Entonces siempre sentí… Sí, pertenencia y me siento suelto, quizás, en América Latina, de una forma que no me siento en mi propio... Quizás sí, cierta libertad, por más que... Y estoy desde… O sea, nadie me va a sacar la cara de gringo, entonces desde muy joven, he sentido el rechazo hacia el anglosajón o el gringo, en ciertos países más arraigado que otros. Entiendo todos sus factores y teorías de conspiración de cada país de América Latina hacia nosotros o hacia los del norte. Pero los he agenciado, es decir, los he enfrentado y me he sobrepasado. No me enfada mucho. Entiendo de dónde vienen y supongo que es algo así como alguien muy consciente de que siempre van a pasar el racismo como alguien afrodescendiente en un país blanco. Supongo que es algo así, entonces llegas a entender cómo adaptarte y ya estuvo, es parte de la vida.
RLC: ¿Encuentras diferencias entre las crónicas latinoamericanas y los ensayos reporteados de las revistas estadounidenses? Porque uno lee la New Yorker o The Atlantic o Harper's y son... Siento que sí hay rasgos de las crónicas pero de pronto son más ensayadas. ¿Cómo lo ves tú? ¿Encuentras estas diferencias estilísticas y reporteo?
JLA: Entre las crónicas de que provienen de América Latina y los.... Sí. Yo diría que el que más me viene a la mente, no es algo que he estudiado mucho, por más que quizás supondría que sí, porque además doy talleres y demás, pero una cosa que sí he encontrado, como un matiz, un patrón de comportamiento o estilo latinoamericano es mucho diálogo. Hay una tendencia de querer casi explayarse a través del diálogo, como si fuera una novela y a veces optar por el tiempo presente en cuanto a la dimensión. Yo diría que hay una diferencia en lo que es la tradición de la edición. Entonces hay ciertos cronistas latinoamericanos que tienden a extenderse más de lo que harían o serían permitidos en los países angloparlantes. Es una diferencia yo creo que cultural. No creo que uno sea mejor que el otro. Creo que es obvio que las culturas y los idiomas no orientan hacia preferencias, y esa es una muy marcada, diría yo, y quizás la más marcada cuando hablamos de crónicas. O sea, pienso en algunos nombres, que no los comparto acá, que en Estados Unidos los tendrían que recortar bastante, porque su extensión hasta sería el doble casi, sino en algunos casos el triple de lo que se exigiría en un periodismo paralelo actual norteamericano que tiende hacia la economía en palabras. No siempre fue así. Si lees las crónicas del siglo XIX se asemejan más, inclusive, a lo que es el estilo latinoamericano, un poco más verborreico, un poco más… Si uno tiene el gusto de la prosa o el liricismo, hay cierta indulgencia en extenderse así. Eso no es... O sea, autoenamorarse de una línea bonita no es permitido en el periodismo norteamericano, a menos que se justifique y se justifica de formas... Sí, se tiene que justificar. Yo mismo me he recortado, digamos, mis descripciones, cuando sé que me he sobreextendido, digamos, porque por más que quisiera, es otra cosa. Si el propósito de tu crónica es tal tema o tal tópico, tienes que estructurarlo de esa forma. Yo no digo, vuelvo a decir, no creo que haya un bien o mal en este sentido. Es simplemente lo que nos permite y lo que esperan nuestros lectores y cada uno tenemos nuestro ámbito cultural.
RLC: Tantos años después ¿Cuál dirías que es el legado del Che Guevara?
JLA: Lo que siempre ha sido, creo. Por más que hay... Tiene sus vaivenes en términos de lo que llamaría la moda de su legado. Ahorita yo diría que la moda está en baja. Ya no ves tantos chicos andando con poleras de él, pero si la hubo hace 15 años. Bastantes. Estamos en una época pos-idealismo, en un bache de idealismos, diría yo. Y los países que otrora socialistas o bien son, la mayoría, o bien son claramente autoritarios, antidemocráticos en su esencia y ofrecen poca ilusión de futuro o son gangsteriles. O una mezcla de los dos, hablando a nivel mundial. Entonces el Che flota ahí. Pero ¿Sabes qué? El Che siempre era un contestatario, aunque no fue necesariamente concebido así o no fue visto así por hijos del capitalismo de la época. Fue visto como un prócer del comunismo radical, y lo fue, pero para los que lo han estudiado de cerca y lo entendían, uno llegaba a entender que era también un revoltoso dentro de ese sistema y que además todo ocurrió en muy poco tiempo. Murió a los 39 años en el año 67 y recién nos dimos cuenta de él en el año 59, estando él en la sierra dando entrevistas antes del triunfo de la Revolución Cubana. O sea, estamos hablando de un período de ocho años en que transitó él en la vida pública. Su mitología póstuma agregó mucho a esa vida, a ese legado, y ha sido ampliamente interpretado por discípulos y adversarios. Y un poco, según la época en que estamos, uno o el otro toma más la batuta. Entonces siempre juegan en ese columpio de impresiones y proyecciones, sobre todo, sobre él. Es un poco como Jesucristo en ese sentido. Pero digamos, yo creo que su gran legado y el más potente, el legado que nadie le puede privar es el hecho de que era un tipo que ofrendó su vida creyendo en una lucha a favor de los pobres. O sea, eso es muy potente, por más que la visión política a través de la cual se canalizó su lucha no es o no fue o no ha sido el más exitoso. No es lo más importante el hecho de que fue un fracaso. Y esto para, un poco, el pesar de sus adversarios. El hecho de que fue un fracasado no importa. O sea, el hecho de que ofrendó su vida es la potencia, es el legado. Muy pocos del otro lado lo pueden decir de la forma tan universalmente reconocida como el Che. Y eso es muy potente, porque eso lo fue... Eso como ejemplo, como modelo, lo puedes emular o hacer revivir en cualquier tiempo y en cualquier lugar, y siempre es un peligro para los sistemas establecidos.
RLC: ¿Por qué crees que Pinochet logró salir vivo de su propia dictadura? ¿Qué hizo distinto él a otros dictadores para mal que veían terminar su vida en paz?
JLA: Bueno, lo pasó inquieto, porque al final le estaban pillando con sus robos. Finalmente, lo que hizo que la sociedad chilena, sobre todo la derecha, le diera la espalda fue que descubrieron que tenía cuentas bancarias secretas y que había conminado y que había robado plata pública, que eso no se hace, se mata, sí, pero no se roba. Pero sí es cierto. O sea, no fue a la cama... O sea, fue a la cárcel, obtuvo... Murió viejo en casa. Pero sí lo pasó mal al final. Lo otro que yo había detectado, inclusive en mis encuentros con él justo antes de su arresto ordenado por Garzón y su proceso humillante, de ser cuestionado, de ser como en arresto domiciliario, de volver a un Chile en donde le removieron el piso, era su su miedo a ser juzgado por lo que había hecho, porque si bien se jactó de haber salvado a Chile del comunismo, de una cosa y otra, nunca pudo señalar el campo de batalla en donde su guerra triunfal se había combatido, y eso porque eran calabozos y sótanos del estadio o de los cuarteles del país, y sus adversarios ultimados no cayeron por balas en un campo libre, sino por verdugos que los ejecutaron en secreto. Y eso fue su gran secreto sucio, que lo escondió a plena vista con los cómplices, la mayoría de sus conciudadanos durante casi veinte años. Y eso es algo… Un síndrome fascinante que lo vemos en muchos países en donde por x los ciudadanos se acostumbran, se adaptan, se acondicionan a los humores y los terrores de su dictador de turno y se convierten en sus cómplices pasivos. Entonces por eso es que Pinochet logró durar. Y bueno, casi lo mataron unos cuantos años antes que muriera de verdad, en el año 84, 85, creo que fue, un comando casi lo matan, pero no lo llegaron a matar. Entonces eso es. Es esa tendencia en los países,y sucedió en Chile, que la gente ante la intimidación física aceptan la tiranía.
RLC: ¿Cómo cambió tu forma de vivir la vida el tiempo que pasaste con García Márquez?
JLA: No sé si me cambió la forma de vivir la vida, pero sí me abrió a su mundo. Me volvió, diría yo, a reenchufarme con el mundo, lo mejor del mundo latinoamericano, quizás. La cheveridad, como dirían los colombianos, como dirían mis amigos colombianos, de aceptar, de hacer, de abrirme a incluir el gusto de la vida. Yo estaba yendo mucho a la guerra en esa época y volver a Colombia, a América Latina, a través de la fundación que Gabo creó y a la cual me invitó a participar, casi era mi única salida a lo que se convertía en un mundo muy agreste, muy agreste y árido, diría yo, hablando del alma, de presenciar mucha muerte, el terror que uno… Y yo me adapto a eso, pero también necesitaba del otro. Y América Latina y Gabo, diría yo, fueron mi canal, me regaló eso. Gabo era un ser, un espíritu muy generoso y más allá de su gran talento literario, era un tipo que entendió eso del gusto de la vida cotidiana y de las amistades verdaderas, de la cheveridad. Y eso me permitió entrar en ese círculo y pertenecer a eso. Y eso ha sido grande, muy grande en la vida mía.
RLC: ¿Cómo es trabajar con estas figuras míticas, casi legendarias, que son los fact-checkers de la New Yorker?
JLA: Pues sí, hay de todo. Los mejores son gente que entienden que están ahí para ayudarte y tú trabajas en equipo. Llegas a completar la edición de la pieza con su ayuda y su solidaridad. No están ahí para fiscalizar. Hay algunos que, por su propio carácter, pecan un poco de esa veta de fiscalización o son un poco brutos en cuanto a diplomacia personal, pero han sido la minoría, en mi experiencia. Sólo me he fajado con dos o tres y con la mayoría he hecho grandes amigos y les tengo mucho respeto. Y son colegas, en la mayoría de casos, mucho más jóvenes que yo. Y es un tránsito en su vida a través del New Yorker, o bien para ser también reportero o reportera del New Yorker, o editor o novelista o dramaturgo. La mayoría son grandes personas y pues muy inteligentes, brillantes la mayoría. Entonces no es fácil. No es para todo el mundo. Tengo muchos amigos que nunca han pasado por esa experiencia y quizás no lo asimilarían bien porque te cuestionan todo, todo lo que tú dices. Que un día, en abril, el cielo era azul, te van a decir “¿Cómo sabes que era azul? Lo tienes en tus notas o tienes otro testigo que pueda corroborarlo?” No es fácil, pero así es The New Yorker.
RLC: ¿Cómo te preparas para visitar un país o una región que no conoces bien? ¿O sí quedan en el mundo lugares a los que no has ido?
JLA: Mira... No sé, es distinto y supongo que cada vez... Yo tengo una respuesta genérica que es decir “leo artículos o a veces novelas e historia o releo”. En el caso de países que no he conocido, yo supongo que hago una búsqueda más amplia y también para ponerme al día, pero tampoco quiero saturarme de las impresiones de otras personas. A veces es un poco sui géneris mi tarea previa de alistamiento. Y hablo con amigos, claro. Yo he llegado a una edad en que tengo amigos en todas partes que yo puedo, si no he estado en un... Por ejemplo, Bután, no he estado nunca en Bután. Me encantaría ir. Hasta ahora no he descubierto una idea para convencer a los editores de mandarme, pero tengo por lo menos dos o tres amigos que conocen Bután. Entonces, y así casi con todo el mundo, es decir si, hay un sitio donde no he estado, hay alguien con quien puedo hablar. Y no es una cuestión de deber favores o que me deben a mí, pero que ahí va y viene. Tengo un amigo, por ejemplo, en Madagascar. Vive ahí hace 3 años. Tengo muchísimas ganas de llegar ahí porque Madagascar es como ¡Wow! Hace pocos años atrás fui a Timbuktu. Nunca había estado en Timbuktu, pero es un lugar icónico. Leí mucho de... Volví a leer la historia de los exploradores que iban a Timbuktu antes de ir y me empapé de la cultura maliana, inclusive porque es un país tan… Nunca había estado en Malí, había estado cerca, pero nunca en Maló. Leí cuentos cortos de algunos novelistas malianos y también escuché música, porque Malí tiene mucho que ver con la música, es muy rico culturalmente. Entonces, estando yo ahí, no me limité a lo político. Es decir, intenté absorber arte, artesanía, música, historia, todo. O sea, tenía mucho afán de conocer y absorber lo de Malí para llegar a esa esencia de comprensión, que es lo que te hace falta en cada país, llegar a su esencia, aunque sea un vistazo, un sentimiento que te acerca más allá de lo contemporáneo, más allá de lo cultural, a lo que es la esencia de Birmania, de Honduras, de Tennessee, de Provincias del Neuquén, de Hermosillo, ¿Sabes? Y eso viene del instinto, quizás, de cada uno.
RLC: ¿Sientes algún tipo de cercanía profesional con los escritores del New Journalism? ¿Con Hunter Thompson, con Talese, con Norman Mailer?
JLA: ¿Si me siento un qué? ¿Una afinidad o...?
RLC: Digamos, si, no sé si la analogía es correcta, pero si juegas el mismo deporte o si haces algo distinto.
JLA: Diría que son de una generación anterior. Aunque hubo un overlap en la vida nuestra. Inclusive he conocido a Gay Talese en una ocasión. No los tengo presente cuando yo escribo. Y no es un desdén, ni es un rechazo, ni un egocentrismo, claro que no, sino que simplemente ellos hicieron lo suyo, los leí y yo estoy haciendo lo mío lo mejor que puedo. O sea, no estoy tan consciente de encajarme dentro de una escuela.
RLC: ¿Qué te pareció el texto de Sean Penn sobre el Chapo Guzmán en Rolling Stone? Que es... Creo que claramente sí se quiere insertar en la escuela de Hunter Thompson.
JLA: Mira, es la forma en que se expresa Sean, que es un tipo de mucho talento y muchas inquietudes. No es un escritor. Puede escribir, pero no es un escritor, no es un periodista. Ha hecho de, pero es un actor, principalmente. Y un activista, diría yo. Y es un tipo un poco aventurero. Es un tipo aventurero. También le gusta la aventura. Le gusta la vida real. En ese sentido tiene mi respeto. Tiene mi respeto que por más que ha ganado económicamente y en términos de fama, en Hollywood, se ha expuesto y a veces quizás se ha equivocado. Algunos dirían que se ha equivocado, pero se ha metido en terrenos que no es que no le corresponden, es que le corresponde a quien se mete ¿Entiendes? O sea, entonces tienes mi respeto por irse a Irak o irse a Haití o irse a Nueva Orleans o irse inclusive a Sinaloa por un afán que tiene de llegar a los límites de la sociedad establecida, es esa frontera, ese margen incierto y peligroso a veces, que yo también transito, es decir es eso lo que creo que lo tenemos en común. Yo me limito a juzgarlo. Muchos lo hicieron. Yo quizás habría escrito el artículo de una forma distinta. No habría, por ejemplo, admitido que yo me tiraba un pedo ahí, pero por la historia ¿Me entiendes? Por pudor. Pero es cosa de él revelarlo todo. O sea… Sí él es más, quizás, cercano a esa cosa californiana de una época que yo, pero yo tenía otra escuela.
RLC: ¿Por qué crees que… ? No sé si esto es una impresión mía, pero creo que los libros de Emmanuel Carrère han sido mejor recibidos en el mundo hispanohablante que en el mundo sajón.
JLA: Sí, parece que sí, aunque a mí me encanta. Sus historias las encuentro de lectura compulsiva y a veces espeluznantes. No las puedo sacar de la cabeza. Lo primero que leí de él fue la biografía de Limónov, el título epónimo. Y la verdad es que lo había comprado o alguien me lo había dado y empecé a leerlo, y después de un tiempo dije “pérate ¿Esto es ficción o no ficción?” Y la verdad es que seguí leyendo sin importarme y me quedé con esa duda durante todo el libro. Finalmente volví a constatar que era no ficción, pero tuve que volver de una forma que ningún otro autor me ha obligado a hacerlo, y no me inquietaba demasiado, porque era la prosa, la forma en que escribe, la traducción, supongo. Lo leí en inglés, era excelente y era tan distinto a todo. Sin embargo, tenía algo del francés que reconocí, de la óptica francesa que reconocí desde mis primeras lecturas de los franceses. No he leído a todos, pero se me viene a la mente Camus, Gide, Malraux, algunos otros, y que me gustan, me gusta... Agradezco a los franceses, aprecio su forma de mirar a la vida, es distinta a la nuestra. Siempre hay un poco de filosofía. A veces nos bromeamos de los franceses que no pueden ni tomar un café sin pensar, no sé, Edipo o no sé qué, pero eso es lo que me gusta de ellos. O sea, son tan distintos de los literalistas de este lado, de Nueva York. Eso me gusta de los franceses y... Pero inclusive dentro de esa escuela, él es distinto, es más económico, es un maestro de la prosa, considero yo, y habla de cosas que en algunos casos no se le acerca nadie. Entonces no sé por qué será que no ha calado tanto aquí. Sí creo que hay gente que lo lee. O sea, ha sido ampliamente traducido al inglés. Y entre los amigos lectores míos les he preguntado si han leído Limónov o El adversario, creo que es.
RLC: Sí, ese es el más impresionante
JLA: Sí, y todos lo han leído. Pero si es una cosa curiosa, no sé por qué. Y quizás el francés al final es más cercano, por ese mundo interior que tiene, al latino que a los gringos o los ingleses. No sé, pero sí... No sé cómo responder eso. No sé cuál es la respuesta a la pregunta. Pero entiendo que en muchas cosas en la contemporaneidad hay una fisura, hay una brecha de comprensiones entre los neoyorquinos, por decirlo así, y los parisinos. E inclusive en lo del Me Too, en los movimientos sociales, hay una distancia. Que es interesante, porque lo tiendo a leer a través del New York Times, que de vez en cuando periódicamente descubre un aspecto, una veta francesa y se expone sobre la veta francesa. “¿Cómo enfrentan con el Me Too? ¿Cómo se enfrentan con el islamismo? ¿Cómo…?” ¿Me entiendes? Hay una relación un poquito escabrosa y crítica entre los dos países. Hay un amor-odio que creo que trasciende, inclusive, influye hasta cierto punto la óptica de los, inclusive, de los buenos periodistas, hablando de Francia.
RLC: ¿Qué tan cierto es que no te encanta la Ciudad de México?
JLA: Sí. Lo dije quizás más de una vez y eso volvió a ser un poco repetido entre los que me conocen. Y quizás lo dije como una provocación también. Pero es cierto que había una época anterior en la que aborrecía a México, la ciudad, como ciudad, porque lo consideré altamente contaminado, lleno de tráfico... O sea, dos cosas que no me gustan, o sea, no me gustan las ciudades entregadas al automóvil, lo aborrezco, considero eso una de las grandes tragedias del último siglo. Y lo otro es, con todo su secuela, el ruido, el apartamiento social, el enajenamiento humano, en fin. Y yo me acuerdo la primera vez que yo conocí la Ciudad de México no podía ni verla estando afuera, mirando. Llegué del norte, me olvidé en qué parte estaba, en que me decía “mira, ahí es el DF”, y no se podía ver. Cubierta de una capa de marrón oscuro. Marrón, en esa época. Y me explicaron que eso era contaminación y además polvo fecal y yo dije “coño, pues ¿A que voy a ir ahí? ¿A aspirar mierda? No puede ser”. Y todo lo que yo vi en la ciudad a partir de ahí… Que la policía jodiendo a la gente, que el tráfico, que no sé qué, que no sé cuánto... Lo iba agregando a mi disgusto inicial. Estuve ahí inclusive durante la… Bueno, después del terremoto del 85 que fue terrible y no sé, me costó tiempo de adquirir y de pasar tiempo suficiente con amigos y tener amigos mexicanos como para ir apreciando el lugar. Y hoy en día está entre mis ciudades favoritas en el mundo, diría. Y es más, yo creo que cuando la gente me pregunta “¿Dónde vivirías en América Latina?” Yo casi siempre pienso en DF. Para mí es, con todas las salvedades que tienen todas las ciudades, y lo tiene el DF todavía, sigue siendo quizás, la gran metrópolis de las Américas. Está Nueva York que, considero que está en baja ahorita por muchas razones, pero el DF, hablando de Hispanoamérica, para mí es el lugar más atractivo.
RLC: ¿Cuando estás en un avión aprovechas para olvidarte del mundo, leer un libro o te pones a escribir y trabajar?
JLA: He hecho las dos cosas. A veces simplemente miro películas para realmente desenchufar, porque estando de viaje, mis viajes son largos, como te dije antes, y cuando uno está reporteando, casi nunca descansa. Yo no duermo tan bien hasta que tengo resuelta mi historia y semana tras semana reporteando se pone en una especie de tensión intelectual o psíquica que no es... O sea, puedo inclusive salir con amigos o algún que otro día ir a nadar en alguna parte, que uno lo agradece, pero las películas a veces son una buena forma de simplemente embobarte, desenchufarte, que a veces lo hago en los aviones, pero a veces no puedo. Y sí trabajo, lo he hecho algunas veces últimamente. Duermo poco en aviones, a menos que sea de noche. A veces leo libros, pero últimamente estaba leyendo un libro al volar. Pero normalmente no. Normalmente aprovecho para desenchufarme.
RLC: ¿Por qué crees que en un país que aparentemente es sofisticado y ordenado como el Reino Unido son tan poderosos los tabloides?
JLA: Buena pregunta. Es una muy buena pregunta. Yo mismo me he hecho esa pregunta, Ricardo, y no sé si tengo la respuesta, pero creo que se me viene a la mente que tiene que ver con el sistema de clases en Inglaterra. No quiere decir que todos los tabloides son de clase trabajadora, porque no es exclusivo de la clase trabajadora, pero tiende a hablar down, tiende a hablar así a lo más... A poner al lector a nivel de la calle. Y claro, antiguamente era mucho más marcado. Solamente los banqueros, financistas y abogados, cuando se metían en los trenes, leían The Times o el Financial Times y eran tipos con esas gorras más bien trabajadoras los que leían The Sun o el Daily Express, tanto de la izquierda como la derecha, o... Me olvido cuáles… The People o no sé qué. Y The Guardian eran los bohemios, que fumaban marihuana y eran votantes del laborista. O sea, Inglaterra, Gran Bretaña es una sociedad muy marcada por la historia y por sus orígenes de clase y que todavía no lo ha trascendido del todo, por más que se ha vuelto más amorfo a una clase media nueva que trasciende clase, de todas maneras. Donde tú naciste y donde tú te fuiste al colegio o si ibas o no a la Universidad y cual. importa muchísimo. Y eso… Claro, inclusive con el advenimiento de la televisión, la radio y el internet importa mucho, cala mucho. No sé cómo responder a esa pregunta, pero cuando uno vuelve a leer sobre Inglaterra del siglo XVII, te das cuenta de que por el río Támesis había lugares donde hacían el deporte de atormentar osos, así se llamaba algo así, se me olvidó el nombre en inglés, y por supuesto las horcas. Los ahorcamientos de los criminales eran en público para el deleite de todos. Y ahí venían a vender cosas para tomar y comer. Bueno, yo supongo que los tabloides son un poco como los escribanos de esos espectáculos, y que empezaron en la época y han seguido con el morbo, con el desdén a las clases altas inclusive, con los escándalos de lo de la familia real o de los meros meros, tú sabes, una forma de tirar lodo sin jamás afectar el verdadero status quo. Y por supuesto, con el advenimiento de de cretinos millonarios como Rupert Murdoch. Y hay una manipulación de todos con el tabloide y el tabloidismo, el morbo como una forma de vivir el presente a través del escándalo a la farándula y demás.
RLC: ¿Qué cualidades buscas fomentar en tus alumnos de periodismo? Más allá de lo obvio de viajar, leer, ser curioso.
JLA: Quizás la ética en el sentido de que lo que uno ha y no ha de hacer con las fuentes, de tener presente que la gente tiene una vida pública privada y también secreta, que no es necesario ir a la secreta o a veces inclusive a lo personal en su perfiles, de limitarse con para respetar la dignidad del puente. A menos que sea una figura pública y política que ostenta ciertas cosas. Ahí hay menos reglas, pero digamos con los demás de arriesgarse... Estuvimos hablando en clase, hasta hace poco... Una cosa que siempre he enfatizado con mis colegas latinoamericanos en estos talleres es sacar su bagaje cultural propio. O sea, América Latina, y cualquier latinoamericano me va a dar la razón, sobre todo lo que pueden llegar a ser periodistas y viajar o asistir a mis talleres, en muchos casos son gente de mundo o gente de plata, gente que ha estado en la universidad, no todos, pero gente privilegiada en sus sociedades. ¿Qué peruano de San Isidro va a ir a trabajar en las calles con pico y pala como lo hace un indígena? ¿Cuántos mexicanos…? ¿Me entiendes? ¿Tú acaso vas a ir a la cosecha de aguacate? Bueno, entonces yo les hago la diferencia. Yo como norteamericano sí lo he hecho. Nosotros vivimos el… Esta sociedad cambia más, está más clasista, pero yo a los diecisiete años fui machetero, fui a la cosecha de tabaco y no es una virtud. A lo que voy es que... O quizás fue mi familia. Mis padres siempre me decían “todo los trabajo son dignos, sal, yo no te voy a dar propina, sal y gana tu plata”. Mi padre era diplomático, pero hijo de la depresión. Entonces él enfatizaba eso mucho y caló entre nosotros. Esto de la diferencia de clases es algo que yo resisto. Entonces yo soy tan capaz de escuchar a un lustrabotas o uno con pico en la calle que lo soy a un banquero, a un educado, a un poeta de la cátedra. Los aprecio a todos porque cada uno tiene algo que me puede enseñar a mí. Eso no es tan común en América Latina y lo tengo presente porque sus divisiones de clase y raza son muy marcadas también. A veces inclusive más marcadas de aquí que aquí en Estados Unidos. Es algo que también pecan de eso los europeos. Un español igual… O sea, yo antes les decía, me decían “John, ¿Cómo hacemos? ¿Qué crónica podríamos hacer?” Y yo digo “bueno, todos los veranos vienen africanos en pateras, cruzando el Mediterráneo, muchos se ahogan en las playas españolas ¿Cuáles de ustedes han pensado en irse a Mauritania y subirse a una patera para hacer una crónica de esa odisea?” Silencio y miedo. Ninguno. Pero ¿Sabes una cosa? La primera vez que hice eso fue hace quizás 15 o 20 años. Desde entonces, yo no digo que alumnos míos, pero sí lo han hecho. Sí lo han hecho españoles post recesión post 2008. Eso galvanizó la sociedad, quizás rompió la comodidad española e hizo que una generación nueva de jóvenes españoles salieran al mundo y volvieran a encontrar su espíritu aventurero y de vivir y experimentar el mundo de una forma distinta. Eso lo considero loable y eso siempre intento incentivar, a que vivan la vida. Pero deja la cuchara de plata en la casa y ándate a la calle. Eso.
RLC: Jon Lee Anderson, gracias por tu tiempo. Qué privilegio poder escucharte y hablar contigo.
JLA: Gracias, Ricardo. Buenas preguntas. Lo pasé bien.